El verdadero hombre no mira de qué lado se ve mejor si no de que lado está el deber; y ese es el único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley del mañana. José Martí

lunes, 13 de junio de 2011

Manojito

Hasta unos días atrás había ido solo una vez al estadio: cuando niño mi papa me llevó a ver a su Everton contra la Católica. Sin embargo, la larga enfermedad de mi viejo, que una vez me contó que jugó de arquero en ese mismo estadio, no me permitió volver a disfrutar de una experiencia similar, lo que volvió inolvidable aquella tarde en el Santa Laura.

Con el tiempo dejó de gustarme el fútbol, incluso empecé a odiarlo gracias a las masas de delincuentes que a propósito de un partido, se tomaban la calle haciendo gala del más puro salvajismo. Esta sensación nos llevó a mi y a la mamá de Martin a acordar que a nuestros hijos no le regalaríamos ni pelotas ni camisetas de fútbol ni nada para evitar que se transformaran en uno de esos energúmenos.

Pero la vida se abre paso sola…Martín llegó a casa un día diciendo que quería aprende a jugar a la pelota, pero como en nuestra casa no había ningún objeto redondo pateable, y yo soy un desastre con un balon en los pies, decidimos llevarlo a una escuela de fútbol. Como es poco ágil con los pies, más alto de lo normal, pero diestro con las con las manos (quería que fuera baterista como la mamá o guitarrista como yo) fue a parar al único puesto donde un niño con esas características podía llegar: arquero… y eso cambió su vida: dejó de ser el regalón que se escondía detrás de mí, para “aperrar por su escuela” saco la voz, y si bien mas de alguna vez la pena llenó sus ojos de lágrimas al recibir un gol, ha logrado de a poco relucir toda su perseverancia y personalidad. Es esta pasión es la que lo mueve a portarse bien, hacer las tareas, lavarse los dientes, tomar toda la leche y un montón de cosas más para subir a mi moto, la Jacinta, e ir a “su” escuelita de fútbol de Magallanes y así todos los sábados la escena se repite una y otra vez: El Pancho, goleador del equipo, el Tomy, impasable en la defensa, la Jesu, la única mujer del grupo y Martín que de tanto en tanto levanta sus manos para saludar cada uno de mis “¡vamos maaaaaaaaaaaaaaaatín!, mientras el entrenador me dice sonriendo “no me distraiga al arquero”.

El Domingo veo sus ojitos cuadrarse y con un brillo especial, su capacidad de asombro se desborda en una mirada curiosa que avanza por su rostro en cada paso que lo adentra a un mundo que solo conocía por tv. De pronto su expresión cambia: ya no es una alegría curiosa, sino una alegría de niño bueno, de niño lindo, cuando un trozo de tela pintado con tempera de género llega a sus manos para transformarse en un bien más preciado que su play station… Comienza la música y aprovechando un compás de silencio de los experimentados bronces de la banda se escucha un “Magallanes ”. Martín grita también y agita su nuevo tesoro. En la cancha juega “su” equipo, el mismo que defiende con sus amigos, con el Pancho, el Tomy la Jesu, por lo que ese “su” cobra otro valor, porque sueña que algún día va a estar junto a ellos al otro lado de la reja….

Vamos de regreso en uno de los días mas felices para ambos, voy sobre la Jacinta y Martincito agita su bandera al viento, Magallanes empató con San Luis, pero a Martincito parece no importarle, sólo quiere llegar a casa y poner su tesoro en la cabecera de su cama, colgar ahí el recuerdo de la primera vez que fue a un estadio…

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