El verdadero hombre no mira de qué lado se ve mejor si no de que lado está el deber; y ese es el único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley del mañana. José Martí

lunes, 19 de mayo de 2008

Lo cargo en la mochila

I

Hoy miré por la ventana y me vi rodeado un montón de espejos sin rostro alguno. Imponentes, se alzaban ante mi vista como un desafío al que por cierto hace muchos años había renunciado. Esas torres espejadas encerraban mi respiración que galopaba cada vez con más fuerza dentro de mi pecho. Entonces, cuando mi frente se rindió al peso de mis pensamientos, recordé que un día, enclavado entre el rio mapocho y el cerro Renca, abrí la puerta de la sala del Tercero Medio C, y miré por el pasillo y sigilosamente, para no llamar la atención de algún inspector, dije “chicos, salgamos un ratito a mirar el cerro, se ve hermoso con nieve”.

II

Recuerdo amigo que estábamos sentados en la ribera del río Mapocho, en frente de tu casa (al lado para los que sabemos por donde se entra en realidad). Fue ahí mientras lo hacían pedazos para alfombrarlo con cemento que me contaste algo que atesoro: me dijiste que unos días atrás habías visto los muchos intentos de una maquina retroexcavadora (no se si sea el tipo de maquina pero suena tan poderosa como te sonó a ti ese dia) por derribar un árbol, el que finalmente cayó y dispersó sus semillas por la tierra, sobre la cual pasaría la mentada Costanera Norte. Me dijiste que habías quedado maravillado porque sentías que el árbol finalmente ganó, porque probablemente esas semillas se transformarían en los árboles que romperán el cemento. Una vez una mujer punk-anarkista-y-miles-de-cosas-terminadas-en-istas me habló maravillas del cabildo, deconociendo en absoluto que yo participé en dicha experiencia… cuando terminó de hablar riendo, me acordé del árbol


III

Cuando entré a la universidad lo hice pensando en que consagraria mi vida por completo al estudio de la historia, entiéndase bien AL ESTUDIO DE LA HISTORIA, NO A LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA. Las coincidencias hacen trampas al destino: un día me encontré sobre una micro con un compañero de enseñanza básica, el trabajaba por las tardes en Lo Valledor y su mamá era auxiliar del colegio y siempre, siempre, andaba impecable, con sus zapatos relucientes. No le iba bien en el colegio, por eso yo lo ayudaba a estudiar, por eso mas de alguna vez me dijo “vas a ser un buen profe”. Hablamos de su hija, de su mujer y su casa y de lo mucho que se acordaba él y su madre de mi, cuando preguntó en que estaba, mire sus zapatos relucientes, y se me llenaron los ojos de lágrimas al recordar como me habia pasado todos estos años (casi cinco) explicando las cosas tal como se las habia explicado a él, y con nostalgia de aquellos momentos dije “soy profe de historia….”

IV

A veces juego a las escondidas. Se entiende de que cuando uno es grande se esconde de si mismo, oculta su fragilidad y sale a la calle vestido de ser humano moderno… en fin. La última vez que jugué a las escondidas, pero como un niño, es decir, escondiéndome de otros niños, fue en Colina: tras ver el atardecer en el cerro bajamos con los niños y jugamos en un punto del camino que no podíamos esquivar. Los niños me querían probar y saber si yo era capaz de cruzar el cementerio solo. Demás esta decir que tras los primeros pasos ellos salieron corriendo para dispersarse por el lugar con el objetivo de asustarme y demás está decir que yo hice lo mismo, por lo que el resultado final fue que todos nos escondimos y asustamos unos a otros hasta regar con risas lo que las lágrimas alguna vez habían secado.

V

Una de las veces que fui al Hogar San Ricardo, conocí a un niño-hombre, de una edad indefinible, padecía un retraso mental severo y estaba confinado a una silla de ruedas. En un momento vi que hizo un esfuerzo inmenso por recoger un fruto de eucaliptos. Me contó que los recogía cada vez que pasaba un avión porque a él lo habían venido a dejar desde argentina en avión, y él contaba los aviones usando como cuentas dichos frutos y se supone que en un determinado número su familia volvería por él. Pero en muchos de sus esfuerzos los frutos se caían y comenzaba su cuenta otra vez, por lo que, según su teoría, el avión tardaría más en llegar. Con el tiempo nos hicimos amigos y cuando llego la hora de partir –el destino siempre me ha arrebatado de esos lugares- sonriendo me regaló un puñado de frutos…


VI
Recuerdo que nos comenzamos a reunir en el subterráneo de una iglesia. En esos tiempos ninguno creía en dios pero ahí nos juntábamos victimas de un misticismo clandestino ochentesco. El plan era sencillo: cambiaríamos el mundo (ese cercano, que terminaba en panamericana) con un par de pinceles y unas cuerdas. Llegábamos todos separados y sigilosamente, pero luego nos íbamos todos juntos por el medio de la calle llenos de papeles, bicicletas y cagados de la risa…

VII
Una vez terminada la reconstrucción de la biblioteca Baldomero Lillo en Huamachuco, Benito Cassiers me pidió si lo podía ir a dejar a su casa. (Estamos hablando de un hombre que ha luchado in situ contra las injusticias del planeta, en varios lugares del mundo y desde muchas décadas atrás, y que en aquellos años trabajaba con el mismo ímpetu desde su silla de ruedas martillando, dirigiendo etc., con sus compinches, algo contemporáneos a él don Félix y don Sergio.). Lo asombroso es que Benito se quería ir a su casa caminando. Pocas veces he visto un ejemplo tan claro de tenacidad, porfía y persistencia, y no me atreví a discutirlo así que lo tomé del brazo y como pude fui aprendiendo de esa silenciosa cátedra.

VIII
Mis manos siempre fueron temblorosas, si bien la guitarra templó su carácter, fueron un reflejo de mi personalidad apasionada y algo atarantada, incluso, de mi voz insegura. Quizás por eso termine de cabeza en el jazz o en el blues, porque mi forma de pensar gustaba de las improvisaciones en las discusiones. Quizás mi espíritu hiperkinético es el responsable de los estragos que la ansiedad dejo en mi uñas. Mis dedos chuecos evidencian los miles de solos de batería que por espacio y acústica de una casa ajena terminaron en la mesa del comedor para ser traducidos en las cuerdas. Bueno, fueron esas manos y esos dedos los que se cristalizaron cuando sentí la fragilidad de tu cuerpo en la punta de mis dedos; cuando, por primera vez en mi vida, me hice conciente de cada uno de los músculos que daban forma a esa suave pero firme plataforma que te sostuvo las primeras horas que te asomaste a conocer este mundo, las mismas que tambalearon con tu primer estirón que me pilló desprevenido porque mis ojos incautos imprimían en mi alma tu primer bostezo.

IX
Pasaste por mi vida un día y me ofreciste dejar de fumar a cambio de un beso, y tal vez soñar ese beso mantenga mi boca tan ocupada que no volveré a fumar nunca mas...



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