Sin embargo, esta postura determina que algunas personas desarrollen una obsesión por consumir hasta el extremo de perder noción de las cosas esenciales en la vida -aquéllas invisibles como diría el principito- y trabajar de solo a sol para pagar el celular con mp3, el televisor de plasma, el auto del año, y un largo etcétera para terminar la semana buscando desesperadamente “despejarse” en una borrachera colectiva. Para los que no disponen de un empleo cuyos ingresos permitan competir esta garantizada la existencia de miles de trucos para no quedar en menos, acaso ser menos: celulares de madera, llenar el carro del supermercado, tarjetas de crédito y sobre endeudamiento, etc.
La ilusión del consumo, alimenta nuestro deseo de ser apreciados socialmente, esto es, ser reconocidos como personas de éxito por el resto de la sociedad, aun a costa de sacrificar el escaso tiempo libre destinados a los hijos para destinarlo a horas extra; o bien exponerse a quedar en ridículo al ser descubiertos en una de las tantas tretas del chileno medio para cuidar las apariencias. La ilusión del consumo, en definitiva, nos hace pensar que la felicidad se puede comprar, o al menos, nos hace creer que podemos comprar que el otro nos vea feliz.
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