“Y, entonces, una voz que podría haber sido la mía o de otro (¿de quién?), como salida de ninguna parte, me susurró al oído muy suavemente y me dijo: "No sabes nada". Eso fue todo, dicho con un tono no de recriminación ni de burla, sino con serenidad y -así lo sentí- infinita ternura. "No sabes nada". Nada más y nada menos. Miré hacia todos lados, buscando a alguien (una presencia) que me hubiera hablado. Pero no había nadie. En realidad estaba yo. Yo y nadie (esa voz) y el silencio.”
Cristián Warnken
Los azares del destino, me llevaron a un cambio radical en mi vida, al menos desde el punto de vista laboral: de un gravitar errante, acaso errático, en torno a la historia, la música la estética y por casualidad al teatro y la poesía; fui a caer en el mundo de los contadores e ingenieros. Para alguien como yo, mis lectores (en realidad solo Mario) lo imaginarán, el mercado y sus leyes es un tema del que me nutro cuando mi violenta agresividad no encuentra canalización alguna. Resulta evidente entonces que el tránsito no ha sido fácil, más aún, si mi percepción no contemplaba la maquinaria informática que lo respalda, la cual, al quitarle la fricción, deshumaniza aún más el intercambio de bienes y servicios.
Fue inevitable armarme de mi sobreestimada inteligencia y fingida sensibilidad para partir sonriendo en esta nueva experiencia; sin embargo, la aridez de este mundo, golpeó duramente mi ego. La nostalgia, entonces, irrumpe con todo mientras mis ojos se pierden en rostro de mi hijo dibujado en el fondo de pantalla: acá no puedo llamar a Mario (tal vez mi único lector) para que me solucione algún problema (como lo hace con mi computador, mi guitarra, mis canciones, mis traumas, mi matrimonio y un largo etc), no está el monkiky para que me diga “no cacho, pregúntale al Mario”, no puedo ir donde la Pilar o la María Eugenia solicitando compañía para fumarnos los cigarros del Feña, no están el Pancho, la Natalia, el Felipe ni la Mirta, para problematizar acerca de la influencia de Dios en mi quehacer, no esta el Cuba, el Andrés, el Julio o el Gato, para que me regalen un jueves lleno de tinto, y del humo narcótico de las guitarras los versos, del blues y la poesía; ni mi viejita para que me rete por “subestimar” mi inteligencia, no tengo tu sonrisa para recordar ese noche en bellavista en que bebías menta y yo cerveza cuando soñábamos con tener familia y terminamos viendo el amanecer en el Parque Forestal, tampoco está el Eduardo, que es capaz dejar todo con tal de buscar cosas que arreglar para que todo ande bien, ni el Felipe, con su bíblico don de multiplicar las cervezas cuando todo anda mal, menos puedo acudir al Tontín. A veces llamo al Claudio y me vuelvo comunista, otras me rio con Dolfito de nuestros sueños como guitarristas, pero eso tampoco sirve. Mi duelo es en el desierto. Ahí, aislado, alienado, aparece el “NO SABES NADA” de Warnken, que me susurra al oído que, en realidad, no sé defenderme solo.
“Yo no fui a la luna, fui más lejos, porque el tiempo es la mayor distancia entre dos lugares” lei una vez en el metro, pero este paseo, pese a trabajar en el edificio que tanto llamó mi atención cuando niño, me lleva más lejos que mis noctámbulos develos que intentaron independizar la palabra del papel para ganar un feudo en el reino de mi memoria, me lleva lejos de mi paraíso de letras con olor a sopaipillas, al cigarro suelto en la esquina, el caminar felino del ladrón de plantas, lejos de los perros que acompañaban mi regreso cuando los queltehues salían a despertar al sol.
Los azares del destino, me llevaron a un cambio radical en mi vida, al menos desde el punto de vista laboral: de un gravitar errante, acaso errático, en torno a la historia, la música la estética y por casualidad al teatro y la poesía; fui a caer en el mundo de los contadores e ingenieros. Para alguien como yo, mis lectores (en realidad solo Mario) lo imaginarán, el mercado y sus leyes es un tema del que me nutro cuando mi violenta agresividad no encuentra canalización alguna. Resulta evidente entonces que el tránsito no ha sido fácil, más aún, si mi percepción no contemplaba la maquinaria informática que lo respalda, la cual, al quitarle la fricción, deshumaniza aún más el intercambio de bienes y servicios.
Fue inevitable armarme de mi sobreestimada inteligencia y fingida sensibilidad para partir sonriendo en esta nueva experiencia; sin embargo, la aridez de este mundo, golpeó duramente mi ego. La nostalgia, entonces, irrumpe con todo mientras mis ojos se pierden en rostro de mi hijo dibujado en el fondo de pantalla: acá no puedo llamar a Mario (tal vez mi único lector) para que me solucione algún problema (como lo hace con mi computador, mi guitarra, mis canciones, mis traumas, mi matrimonio y un largo etc), no está el monkiky para que me diga “no cacho, pregúntale al Mario”, no puedo ir donde la Pilar o la María Eugenia solicitando compañía para fumarnos los cigarros del Feña, no están el Pancho, la Natalia, el Felipe ni la Mirta, para problematizar acerca de la influencia de Dios en mi quehacer, no esta el Cuba, el Andrés, el Julio o el Gato, para que me regalen un jueves lleno de tinto, y del humo narcótico de las guitarras los versos, del blues y la poesía; ni mi viejita para que me rete por “subestimar” mi inteligencia, no tengo tu sonrisa para recordar ese noche en bellavista en que bebías menta y yo cerveza cuando soñábamos con tener familia y terminamos viendo el amanecer en el Parque Forestal, tampoco está el Eduardo, que es capaz dejar todo con tal de buscar cosas que arreglar para que todo ande bien, ni el Felipe, con su bíblico don de multiplicar las cervezas cuando todo anda mal, menos puedo acudir al Tontín. A veces llamo al Claudio y me vuelvo comunista, otras me rio con Dolfito de nuestros sueños como guitarristas, pero eso tampoco sirve. Mi duelo es en el desierto. Ahí, aislado, alienado, aparece el “NO SABES NADA” de Warnken, que me susurra al oído que, en realidad, no sé defenderme solo.
“Yo no fui a la luna, fui más lejos, porque el tiempo es la mayor distancia entre dos lugares” lei una vez en el metro, pero este paseo, pese a trabajar en el edificio que tanto llamó mi atención cuando niño, me lleva más lejos que mis noctámbulos develos que intentaron independizar la palabra del papel para ganar un feudo en el reino de mi memoria, me lleva lejos de mi paraíso de letras con olor a sopaipillas, al cigarro suelto en la esquina, el caminar felino del ladrón de plantas, lejos de los perros que acompañaban mi regreso cuando los queltehues salían a despertar al sol.
1 comentario:
A veces, o quizás ...muchas veces, todos nos sentimos igual, añorando lo que perdimos de alguna forma;y siempre son cosas del alma.
Muy bello !!!!
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